Actualizado el 14/10/2020
Si bien contamos con una avanzada tecnología y una medicina que nos alarga la vida, no hemos dejado de evolucionar y de someterse a las fuerzas de la selección natural desde que nuestra especie, Homo sapiens, que apareció en África hace unos 200 mil años. Fruto de la selección natural, contamos con adaptaciones que todavía no se han terminado de acomodar al resto del cuerpo, o que nos resultan molestas, como ya vimos en otras notas de esta sección Adaptaciones molestas que nos ha legado la evolución. Hoy hablaremos de ese set de bloques blancos que suelen darle personalidad a nuestro rostro: los dientes. Cualquiera podrá notar que cada vez hay más niños, y adultos, que deben someterse a la tortura de la ortodoncia, ya sea por cuestiones estéticas o porque los dientes nos han quedado realmente mal durante el desarrollo. Es culpa de la evolución, sin duda, pero no porque estemos fallados, sino porque nuestras bocas se han reducido más rápido que los dientes.
No sólo hablamos de tener un diente sobre el otro, o todos corridos, sino también de esa tortura que todavía sufre mucha gente, la aparición de la muela de juicio. Este tercer molar es un resabio de la evolución, ya que ha sido seleccionado para desaparecer, y por esa razón cada vez menos personas sufren mientras se hace lugar en la boca, sólo para ser extraído por el enemigo número uno: el dentista. La muela de juicio es un diente que se puede ver en muchos de nuestros antepasados de hace miles de años, es una marca que permite reconocer si estamos ante los restos óseos de un adulto, ya que es en esa etapa cuando aparece. Así que si antes tenía espacio, y ahora jamás lo encuentra, es un signo claro de que nuestras bocas se han ido reduciendo. Los dientes también se han ido reduciendo, pero vienen retrasados.
Esto es culpa de la alimentación. Hace millones de años, nuestros primeros antepasados homínidos comían principalmente frutos duros, raíces y demás vegetales. Había que molerlos, y se necesitaba gran cantidad de alimentos para conseguir las proteínas necesarias para poder vivir. Para ello necesitaban dientes grandes y duros, así como también una boca espaciosa.
Pero hace al menos unos 2 millones de años cambiaron los hábitos alimenticios de los primeros integrantes del género humano y comenzaron a agregar carne a su dieta. Fue el Homo erectus el que transformó a la carne en una parte muy importante de la dieta, relegando a los vegetales a un segundísimo plano. Unos simples trozos de carne aportaban tantas proteínas como una gran cantidad de vegetales, por lo que nuestro cuerpo se volvió mucho más eficiente en conseguir la energía necesaria para moverse, y en especial para el cerebro, que era ya mucho más grande que el de los antepasados homínidos del Homo erectus. A la vez, esta especie fue la que consiguió crear unas herramientas líticas útiles para facilitar sus tareas, como por ejemplo la de triturar alimentos duros, sin necesidad de pasar tanto tiempo masticándolos. Cientos de miles de años después, los descendientes de Homo erectus, como los neandertales o nuestra misma especie, ya cocinaban su comida, tanto vegetales, como carne, por lo que todavía era más fácil masticarla.
Así fue que nuestros dientes y boca se fueron achicando a medida que aparecían nuevas adaptaciones. El problema es que alguna mutación, favorecida por la selección natural, achicó la boca, lo que resultó en una mejor adaptación a los nuevos hábitos alimenticios, pero los dientes no se achicaron tanto como para quedar bien acomodados en una boca más pequeña, razón por la cual se nos apelotonan y debemos sufrir la aparición de la muela de juicio en vez de que sea algo normal como lo era para nuestros antepasados de hace 50 mil años.
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